¿ESTOY ESTRESADO? ¿EL ESTRÉS ES SIEMPRE NEGATIVO?

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Vivimos en una sociedad marcada por el estrés. Correr y esperar para coger trenes, metros, autobuses, atascos… Hacer colas para comprar comida, ropa, entradas de cine… Es nuestra forma de movernos por el mundo. Cuando a uno le preguntan por el estrés, le viene esto a la cabeza, además de los post-it mentales con aquellas cosas que debemos hacer o entregar para esta semana, o la que viene. Sin embargo, ¿esto es el estrés?

El estrés se define como un proceso adaptativo fisiológico y psicológico; que se activa ante situaciones potencialmente amenazantes. El estrés desborda los recursos del individuo. Surge ante demandas excesivas y la inhabilidad para afrontarlas.

Sin embargo, no toda forma de estrés es negativa. Existen dos tipos de estrés: el distrés y el eustrés. El distrés es negativo, nos debilita, nos resta confianza en nosotros mismos, es aquello que asociamos con la palabra “estrés”; mientras que el eustrés es positivo, nos activa, nos invita a salir de nuestra zona de confort, a avanzar. Podríamos comparar el eustrés con ese tipo de euforia que nos levanta y nos mueve a hacer cosas.

Que el eustrés cause mucho menos daño que el distrés muestra que el “cómo te lo tomes” determina si uno puede adaptarse al cambio de forma exitosa.

Una respuesta exagerada al estrés conforma una de las bases de muchos trastornos depresivos y por ansiedad.

Es difícil vivir con estrés, pero imposible vivir sin él. Por lo que habrá que aprender a relajarse, ya que a corto plazo es bueno para afrontar sucesos; pero a largo plazo, entre un año y medio y dos años, según los estudios, comienza a afectar a nuestra salud.

  • APRENDER A RELAJARSE: Mediante técnicas como el Mindfulness, para combatir la ansiedad o el estrés, y el Focusing, para conectar con nosotros mismos, con nuestro cuerpo.

¿Quieres saber si estás estresado? ¡Adelante con los siguientes cuestionarios!

 

CUESTIONARIO ADULTO BREVE DE EVALUACIÓN DE LOS FACTORES DE ESTRÉS

  1. ¿He sufrido a lo largo de mi vida situaciones traumáticas (fallecimientos, pérdida de empleo, decepción amorosa, etc.)?
  2. ¿Estoy viviendo una situación traumática (fallecimiento, pérdida de empleo, decepción amorosa, etc.)?
  3. ¿Sufro una sobrecarga de trabajo de manera frecuente o permanente y/o debo hacer las cosas con urgencia y/o existe un ambiente muy competitivo en mi trabajo?
  4. ¿Mi trabajo no me conviene, no corresponde a lo que desearía hacer o es fuente de insatisfacción? ¿Me da la impresión de perder mi tiempo? Incluso, ¿me deprime?
  5. ¿Tengo preocupaciones familiares importantes (pareja, hijos, padres, etc.)? ¿Mi familia me resulta más un peso que una fuente de alivio?
  6. ¿Estoy endeudado, tengo unos ingresos demasiado bajos en relación con mi modo de vida? ¿Esto me causa preocupaciones?
  7. ¿Tengo muchas actividades extraprofesionales, son fuente de cansancio o tensiones (asociaciones, deportes, etc.)?
  8. ¿Tengo una enfermedad? Valore el grado de enfermedad o la importancia del malestar ocasionado.

Cada una de las ocho preguntas debe responderse puntuándola del 1 al 6. Siendo 1 la puntuación más baja, y 6 la más alta. Al final, debemos sumar las ocho puntuaciones. Y cotejar, esta cifra, con los resultados (en el apartado RESULTADOS).

1:

 

En absoluto

2:

 

Muy poco

3:

 

Un poco

4:

 

Bastante

5:

 

Mucho

6: 

Muchísimo 

 

RESULTADOS

  • Entre 11 y 19 puntos: Nivel de estrés muy bajo
  • Entre 19 y 30 puntos: Nivel de estrés bajo
  • Entre 30 y 45 puntos: Nivel de estrés elevado
  • Por encima de 45 puntos: Nivel de estrés muy elevado

 

Si deseas verificar la validez de los resultados obtenidos en este cuestionario, ya sea porque te sorprendan, creas que no encajen con la realidad, o simplemente quieras comprobarlo; puedes realizar el siguiente cuestionario. Se responde y se corrige del mismo modo que el anterior.

 

CUESTIONARIO BREVE DE EVALUACIÓN DEL ESTRÉS

  1. ¿Soy emotivo? ¿Me afectan las críticas?
  2. ¿Entro en cólera con facilidad o soy fácilmente irritable?
  3. ¿Soy perfeccionista? ¿Tiendo a no estar satisfecho con lo que he hecho o los demás han hecho?
  4. ¿Tengo muchas pulsaciones por minuto? ¿Una transpiración elevada? ¿Temblores, por ejemplo, en la cara o en los párpados?
  5. ¿Me siento tenso corporalmente? ¿Siento tensión en la mandíbula o en alguna zona del cuerpo?
  6. ¿Tengo problemas para dormir?
  7. ¿Me siento con ansiedad? ¿Me preocupo con facilidad?
  8. ¿Tengo manifestaciones corporales, como trastornos digestivos, dolores de cabeza, alergias, eccemas?
  9. ¿Estoy cansado?
  10. ¿Tengo problemas de salud más importantes, como una úlcera de estómago, una enfermedad de la piel, colesterol alto, hipertensión arterial o un trastorno cardiovascular?
  11. ¿Fumo o bebo alcohol para estimularme o calmarme? ¿Utilizo otros productos o medicinas con estos objetivos?

 

1:

 

En absoluto

2:

 

Muy poco

3:

 

Un poco

4:

 

Bastante

5:

 

Mucho

6: 

 

 Muchísimo

 

RESULTADOS

  • Entre 11 y 19 puntos: Nivel de estrés muy bajo
  • Entre 19 y 30 puntos: Nivel de estrés bajo
  • Entre 30 y 45 puntos: Nivel de estrés elevado
  • Por encima de 45 puntos: Nivel de estrés muy elevado

 

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EL DUELO ANTE UN ENFERMO DE CÁNCER

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Todo el mundo habla estos días sobre la muerte del joven malagueño Pablo Ráez, a causa de la leucemia. Sin embargo, ¿cuántas personas mueren de cáncer al año en España? Solamente en el año 2012, murieron 215.534 personas, de entre las cuales, 85.427 tenían menos de sesenta y cinco años (datos recogidos de Globocan). Es decir, que cada año mueren en España más de 200.000 personas a causa del cáncer. ¿Por qué entre tantas muertes sólo una se ha hecho con el eco de los medios de comunicación para ser tratada de heroicidad?

En mi opinión, quienes son héroes de verdad son las personas que acompañan a estos enfermos hasta el final; capaces de demostrarles su amor, su incondicionalidad, sabiendo que cualquier día puede ser el último, o no. Viviendo y manejando el dolor de esta incertidumbre, de esta amenaza de pérdida, de esta imposición de duelo; sin venirse abajo, sin desesperarse, porque el enfermo puede elegir dejar de luchar, pero el cuidador no.

El enfermo se va, pero el cuidador se queda. Y la lucha, que hasta el momento consistía en atender la presencia del ser querido, se convierte ahora en la lucha por lidiar con su ausencia.

¿Qué es el duelo? Sabemos que es el periodo de tristeza tras perder a un ser querido. Sin embargo, no todos reaccionamos del mismo modo ante esta pérdida: algunas personas no logran acceder al dolor, mientras otras son aplastadas por la aflicción. Ambas formas de reacción no son sanas, y, probablemente, sea necesario recibir ayuda. ¿Cuál es entonces la respuesta normal? Quizás hablar de normalidad no sea del todo adecuado, considero mejor hablar de la respuesta más sana. ¿Y cuál es? Sentir dolor, pero sin llegar al descontrol. Este dolor se compone de aturdimiento emocional, incapacidad para creer que la pérdida es real, ansiedad por el sufrimiento de haber perdido a alguien, angustia, tristeza, insomnio, pérdida de apetito, cansancio, culpa o pérdida de interés en la vida. Estos síntomas comienzan ante la pérdida real del ser querido, y los síntomas desaparecen paulatinamente con el tiempo (generalmente, entre seis meses y dos años).

Nuestra respuesta ante la pérdida va a estar determinada por condicionantes que, además, van a marcar la necesidad o no de recibir ayuda. Así, podemos distinguir entre estos factores: el tipo de vínculo que nos une a la persona enferma, el tipo de personalidad de ésta y su forma de situarse ante la enfermedad, su edad, si la muerte era esperada o no, la cantidad de apoyo, la religión y la cultura del enfermo y de la persona que está de luto, así como la situación social y financiera, también, de ambos.

De esta manera, si la sintomatología desencadenada por la muerte del ser querido no resulta muy perturbadora, no nos impide continuar con nuestra rutina, y, con el tiempo, vemos cómo los síntomas decrecen en cantidad e intensidad, no es necesario recibir ayuda de un profesional. Sin embargo, muchas veces, cuando estamos muy unidos a alguien, no sucede esto, y nos resulta realmente problemático situarnos ante la muerte. Por ello, es importante buscar ayuda, pues podemos quedar enquistados a una pérdida el resto de nuestra vida. Y qué terrible sería que una muerte se llevase dos vidas.

Dos jóvenes, de 24 y 25 años, han querido compartir sus vivencias. Ambas perdieron a su padre a causa del cáncer.

Hace dos años, M. perdió a su padre por un cáncer de páncreas:

“Cuando muere alguien que quieres tanto, y que crees indispensable para ser feliz, es bastante difícil incorporar ese sentimiento a tu día a día. Sobre todo si la causa fue un cáncer tan devastador que no dio lugar a la esperanza, y que le hizo sufrir tantísimo, hasta que no pudo aguantar más”.

Hace menos de un año, A. perdió a su padre por un cáncer de hígado con metástasis:

“Recuerdo exactamente el momento en el que me dijeron que mi padre tenía cáncer. No sólo tenía cáncer, sino que le quedaba entre uno y tres meses de vida. No me lo creía… No podía creer que me estuviese pasando a mí. Durante la enfermedad no eres consciente, en parte porque mi padre estaba conmigo igual que siempre, y porque sólo duró tres semanas… Realmente, ni siquiera te da tiempo de hacerte a la idea. Para mí, lo realmente duro ha sido el después. Al principio todo el mundo se vuelca contigo, recibes miles de llamadas, de apoyo… Pero después… Después, ¿qué? Ahí es donde realmente empieza el problema, el tener que aprender a vivir sin esa persona. Estaba realmente enfadada con el mundo, porque el cáncer me había arrebatado a la persona que yo más quiero en el mundo. De hecho, al principio, durante los primeros meses, lo único que me calmaba era pensar que él estaba de viaje, que volvería en diez días. Después de esos dos meses en los que había días que me los pasaba enteros pasivo-depresiva en el sofá, y otros en los que estaba hiperactiva y no paraba en todo el día sólo para no pensar, decidí ir a terapia. Primero fui a una psicóloga de la Asociación Española Contra el Cáncer (era gratis), pero después de dos sesiones, a la vuelta de vacaciones, me dijo que como no podía cuadrarme en los grupos de apoyo que impartían allí, no íbamos a seguir con las sesiones individuales. Ese es el problema en España con el tratamiento psicológico gratuito, o vía seguridad social, que como están desbordados y no tienen medios, o tienes ideas suicidas o si no no te tratan. Imagina cómo me sentí, te abres a una persona, le cuentas todas tus miserias, y, de repente, te da la patada. Pasaron varios meses en los que la angustia, la tristeza y el odio al universo seguían ahí, pero me dediqué a mantenerme ocupada el máximo tiempo posible, entre el trabajo, el máster y las gestiones de la herencia ocupaba el 80% del tiempo de mis semanas; y el otro 20% lo empleaba en salir, conocer gente y continuar como si nada. Pero había días que ni eso me podía apartar de mis emociones, mis sueños me aterrorizaban por las noches, pesadillas en las que sabía que mi padre se iba a morir y no podía hacer nada para salvarlo. Ocho meses después de su muerte, decidí ponerme en contacto con una psicóloga que me habían recomendado, y he de decir que ha sido lo mejor que he podido hacer. Es mi momento a la semana de dejarme sentir, de decir todo lo que siento, cómo lo siento y cómo puedo mejorar. Me sirve también para poner mis ideas en orden, porque hay veces que cuando no exteriorizamos todo lo que pensamos, en nuestra cabeza están todos esos pensamientos como una maraña caótica, pero al exponérselos a una persona, que además al no ser de tu entorno resulta más fácil contarle ciertas cosas, sirve para ordenarte la mente. Empiezo a dormir mejor y, aunque la tristeza sigue ahí de forma más constante, por lo menos empiezo a poder controlarla sin que me desborde, porque antes no estaba tan presente, ya que huía de ella, pero cuando salía me desbordaba en todos los sentidos“.

¡Muchas gracias a las dos, por haber compartido vuestra historia!

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